sábado, 13 de mayo de 2017

Medio siglo sin la “Flor del Trabajo” (Parte 3)


En 1930, María Cano se vinculó a la Imprenta Departamental de Antioquia en carácter de obrera, pasando a laborar a la biblioteca de esa dependencia. Apoyó con entusiasmo la huelga ferroviaria de 1934, para hacer un enorme paréntesis hasta 1945, convocada por el movimiento de mujeres sufragistas al término de la Segunda Guerra Mundial. Arengando a la concurrencia como en sus mejores años, dejó una corta semblanza con dejos de mensaje de despedida: “Un mundo nuevo surge hoy de la epopeya de la libertad, nutrida con sangre y con llanto y con tortura. Es un deber responder al llamado de la historia. Tenemos que hacer que Colombia responda. Cada vez son más amplios los horizontes de libertad, de justicia y de paz. Hoy como ayer, soy un soldado del mundo”. Fue su última vez. Podría decirse que María Cano no fue vencida jamás. Fue eclipsada por una sociedad feudal colombiana negándose a desaparecer por completo; víctima de tiempos tortuosos, de miseria humana precediendo la actual; de una clase dirigente que en la maligna insistencia de acceder al poder, la invisibilizó de manera descarada al no lograr ponerla de rodillas, ni lograr servirle a tan inescrupulosos fines, sin imaginar haber sido marco del ícono al martirio de la absoluta incomprensión a la cual la sometieron, de personas que defendió y la terminaron de condenar. Sus “camaradas”, “compañeros”, en parte gracias al oportunismo, la ceguera retórico – dialéctica de los “revolucionarios de cartulina” sin pueblo detrás, la cuestionaron, la cargaron de culpas ajenas e inexistentes hasta darle la espalda. Lo había entregado todo, pero a esas alturas; ¿a quién podía importarle el hecho, si era obligación jugarse por “los de abajo”? La cuestión era qué pasaría después, aunque el romanticismo de la lucha guiñara el ojo, sonriendo al hablar de la pronta victoria, de la justa distribución del fruto del progreso de acuerdo a la capacidad individual. La sensualidad de los enrulados cabellos en forma de brocha de afeitar, la belleza de una esencia increíble, no le bastaron para ser madre, realizarse. Ni siquiera estar junto al hombre de su vida, el cual evitando comidillas innecesarias, apenas puede decirse la buscó siendo viejo e inútil, cuando al regresar de la lejana Unión Soviética no tenía más dónde ir. La tradición enfoca los últimos años lúcidos de María Cano oyendo entusiasta los progresos de los insurgentes de las guerrillas de Marequitalia, El Pato, Guayabero, Río Chiquito, porque pensaba en el renacimiento de la oportunidad dejada pasar por negligencia de sus contemporáneos. Algunas versiones cuentan que falleció demente, casi cuatro meses antes de cumplir ochenta años, el 26 de abril de 1967, insultando a quienes pasaban frente a la ventana de su domicilio. Tal vez, porque en la nebulosa de esos tristes días presintió a los colombianos indignos de merecer semejante sacrificio de dolor, angustia, de indiferencia que suelen padecer aquellos entregando la vida sin esperar nada, a excepción de ser felices por medio de la alegría de otros. CARLOS ALBERTO RICCHETTI (DNI: 20.573.717)

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