domingo, 7 de mayo de 2017

Medio siglo sin la “Flor del Trabajo” (Parte 2)


Tras colaborar en la refundación del periódico “El Rebelde”, recolectando fondos de solidaridad, hacia 1926 trabajo para organizar el III Congreso Nacional Obrero, germen del futuro Partido Socialista Revolucionario. Para entonces, su sola presencia convocaba multitudes las cuales generalmente, eran dispersadas a la fuerza o detenidos sus manifestantes sin hacer excepciones con María Cano, a quien encerraban ante la impotencia de no poder hacerla callar. Fundó “Socorro Rojo”, órgano de difusión entre los campesinos de Viotá, Cundinamarca, enfrenta la denominada “Ley Heroica”, otro intento de dar “carta blanca” a la represión violenta de los movimientos sociales y encabeza una campaña solidaria a favor de Nicaragua, invadida entonces por Estados Unidos. El año 1928 la halló junto a los trabajadores de La Ciénaga, en el Magdalena Medio, acompañándolos en sus reclamos a la empresa United Fruit Company, hoy Chiquita Brands, célebre por los continuos estragos contra el campesinado y la posterior asociación al paramilitarismo en la actualidad. Con gran visión política, pese a reconocer la precaria situación laboral y el entusiasmo de los compañeros de causa, María Cano no estuvo de acuerdo con la realización de la huelga a sabiendas de las consecuencias posteriores. No se equivocó. Con el falso pretexto de la posibilidad de una intervención norteamericana, como después haría público en el congreso el malogrado líder liberal, Jorge Eliécer Gaitan, las tropas enviadas por el presidente conservador, Miguel Abadía Méndez, bajo las órdenes del Coronel Carlos Cortés Vargas, oscuro militar con intereses económicos en las tierras de la región, abrió fuego dejando una cifra nunca determinada de muertos. Esto determinó la profunda crisis del Partido Socialista Revolucionario, el cual se dividió, así como la persecución y encarcelamiento de sus principales líderes como María Cano, a pesar de conllevar estos hechos el nacimiento del Partido Comunista Colombiano. Cuando los concejos del cura de barrio, la religión subordinada al poder de turno no alcanzaban para imponer la sumisión, se sospechaba infidelidad, los esposos buscaban quitarlas del medio o tenían forma de pagar, a fin de dar comienzo a una “nueva vida de matrimonio” aún con la bendición de la Iglesia Católica, la mujer era puesta a disposición. Ni hablar si hablaban de legítimos derechos postergados y planteaban cambios radicales a la sociedad. El destino era la cárcel, los “hogares de reposo” donde a menudo la “Flor del Trabajo” era confinada lejos de la luz, el agua, el pan de la reivindicación de su gente. El “pecado” de no acatar imposiciones al estilo de la poceta, el bordado, la reproducción sexual, le valió el ensañamiento de hombres escandalizados y la cobarde complicidad de muchas mujeres de vida arruinada, que llegaron a la imbecilidad de acusarla del envenenamiento los pozos donde bebían sus hijas, apodadas “mariacanos” en caso de mostrarse irreverentes al control patriarcal. CARLOS ALBERTO RICCHETTI (DNI: 20.573.717)

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